Tu suspiro,
tu ilusión,
si sólo eso hubiese conocido entonces.
Subes, bajas, mueves,
todo-nada.
El brío de tu boca me enseña a soñar.
Tu sonrisa.
Arlequines mortuorios
merecerían el perdón.
Tú no,
no te perdono nada, pues nada me debes.
Motor sanguíneo de mi existir,
entérame de frescuras y bálsamos.
En el instante en que nacimos, las luces bajaron su intensidad, volamos fuera de lo externo y tocamos aquello intrínseco de nuestros ojos. -¿El cielo?, me pregunté. -Jamás, me respondí. Tú eres más que eso, destino insalvable de lo errante de mi ser, postura foránea al prejuicio y la erradicación del pensar... y del sentir, y del hablar, del cantar y del oler. Quizás, conocer eres tú, como un disparo en mis sienes, pero lumínico. Te amo.