Los poemas son para nadie, para que no los tome nadie y nadie haga nada. O los tome nadie y/o no haga nada. Y el movimiento debe volverse una sucia reivindicación.
Las frutas parece que se extirparon y hacerlas nacer es como una locura, ¡no!, es una tontería. Pero como a nadie le interesa puede dar lo mismo. Y si da lo mismo, pues entonces valen igual.
Ahora bien, si vamos a ponerle nombre, pues pongámosle uno bueno o uno bien raro. Quizá una palabra al azahar. Me importa una raja. Las manos se me enfrían igual escribiendo poemas de tal o cual cosa. Un café, un cigarro y listo. Y el humo de tu boca que he perdido.
Una caja o dos. Eso hay que tener. Una caja o dos, y tomarse todo su interior. Esto, claro, dentro del poema. Todo lo anterior es dentro del poema.
Quiero llenarme el hocico de 'ninguno', de 'nadie', de 'no'. De todo eso aprehendible, de todo eso asible. Como el olvido y lo reciento, o el olvido de lo reciente. De algo que se nos cuela por entre las mangas del chaleco y no lo vemos hasta que estalla en el suelo en miles de cristales.
No sé, quizá reventarme la nariz en un poema. O hacer poemas para la sangre que corra. Para esa que es de ese rojo muy rojo, pero que no se ve tan roja mirada así como de reojo. Quizás agregarle un dado, una sortija o un árbol. Los poemas están llenos de árboles.
Me carga releerse, analizar los poemas desde esa perspectiva tan siútica. Y es que a veces los poemas crecen solos y meterles mano es artificioso, aún para los artificiosos "poetas" (bien entre comillas ellos, oye).
Las imágenes me enredan un poco. Son como fantasmas, como figurillas de porcelana.
¿Dónde estarás Milay?
¿En medio de cuál poema?