Los poemas, sin nombres

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Una casa deshabitada o decidida. Un poema no es para nadie o es de nadie. Alguien puediera atribuirse condiciones o alzar su nombre en un poema, pero a quién podría escribirle la muda histeria que se aparece en los poemas.
Es cierto, uno pone nombres y señas y máscaras en los poemas todos, pero las luces rojas se destacan y se suman a los bailes feos de las cajas grises de las calles de este Santiago.
Tu nombre, que es el nombre de todos, se hace partícula y se individualiza en las múltiples etapas de la carne que se deshace. Te nombraría ahora, pero porqué debiera develar algo que los poemas tanto reniegan. Personificar, coser, mientras las uñas se ensucian en el barro del pasto donde nos fumamos nuestras rejas.
Un bulto, un equipaje sucio se me vuelven las aspiraciones y todo trepida constantemente como para asirlo. Los buses, ese humo blanco de las reivindicaciones y la casta sapiencia de nuestra supuesta cosa.
El supuesto, el maldito supuesto se hace nombres. Se emancipa contra nosotros y constituye lo que nos agobia.
Déjame agarrarte, pero déjame. Poemas de estaciones mal paridas. Vengan ningunos, letras a los formularios.
Sí, postulece. Ahora, arriba, dos. No, así mejor. Todo nombre esconde la vaga idea de que lo sabemos y no tenemos chucha idea.
La garganta se me va a parir tres nombres, fruncida y ácida de las páginas que tenga que rellenar.
Lúcidamente, vamos a jugarnos la vida entera en una risa tonta. Con la rabieta de la misma jodida suerte, en un barco verde y saliendo los jugos por la nariz del entrevistado.
He perdido mi nombre, poema. Tú ni pierdes, ni ganas. Los poemas son sin nombres, porque estos matan.